miércoles, 6 de junio de 2018

Las intermitencias de la muerte, José Saramago.


Rafael Coronel, Sueños contiguos La muerte.  



La muerte es siempre respetable.
Horacio Oliveira


José Saramago publicó Las intermitencias de la muerte en el año 2005. Se trata de una ficción acerca del tema que quizá, junto con el del amor, es el más recurrido en la historia: la muerte. En un país que no se especifica, la gente ha dejado de morir. Esto acarrea todo tipo de consecuencias que el autor, sobre todo en la primera parte, desmenuza y explica con mucha lucidez. En  la segunda parte, seremos testigos de  como la muerte y el amor se vuelven la cara de una misma moneda.

Epicuro plasma angustiosamente la condición de todo mortal; <<Uno puede asegurarse contra todo tipo de cosas; pero en lo tocante a la muerte, todos somos habitantes de una ciudadela desmantelada>>. Pues bien, en esta ciudadela  la muerte ha dejado de reinar. Ante la ausencia de la muerte primero hay sosiego y gozo, pero que extraño se vuelve luego este estado de inmortalidad. Puesto que la muerte no nos amenaza, hay que fortalecer los muros, hay que asegurarnos de seguir lucrando con su ausencia y hay que demostrar que no hay nada que temer más que la decadencia física. Ante la muerte desterrada primero el júbilo, luego la lógica del preso.   

Al transcurrir la historia, el regreso de la muerte se hace deseable para los servicios de salud, para los asilos y para las funerarias, pero sobre todo para los guardianes del dogma de la fe. Para aquellos que aprueban en su corazón, como Cottard en La peste, la injusticia y la muerte de los demás. Y es que la fe acepta la injusticia, tanto como el misterio, alegando que se castigará en otra vida o que se restituirá una justicia total (no la parcial y defectuosa justicia humana) en esta tierra al final de los tiempos. Quien es feliz no le desea al otro la miseria.

La ironía es el tono principal, en esta y, se podría decir, en toda la obra de Saramago. No se trata de la ironía socrática, que cuestiona todo supuesto conocimiento, ni de la ironía romántica, que negativiza el funcionamiento lógico del pensamiento y lenguaje en provecho de un devenir paradójico. Se trata de una ironía reflexiva, que hace uso de la parábasis (Véase Las avispas de Aristófanes, Jacques el fatalista de Diderot o Memorias del subsuelo de Dostoievski para ver ejemplos históricos de parábasis)  para establecer un vínculo afectivo e intelectual con el lector.  A menudo la narración se ve interrumpida por las reflexiones irónicas con las que Saramago denuncia o se burla de las contradicciones que afectan a toda sociedad organizada. Estas contradicciones se hacen aun mas latentes cuando esa sociedad ve afectada su status quo, cuando se presenta un hecho sin precedentes como lo es la ausencia de la muerte. La maphia, las compañias y sindicatos, la monarquía, la religión, el estado, el pueblo, nada escapa a la ironía. Saramago va aun más lejos, ironiza sobre su propia narración, creando, limitando, destruyendo y recreando. Crea toda una ficción desde la primera frase: “Al día siguiente no murió nadie”, luego limita los alcances de esa ficción, por ejemplo, explicando que sólo afecta a un país y sólo a los seres humanos, después destruye los supuestos establecidos, como que La Muerte es sólo una y absoluta, que es una propiedad natural o un proceso lógico, y al final crea toda una nueva mística de la muerte.   

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