domingo, 25 de enero de 2015

La conciencia absurda en el mito de Sísifo.


En las primeras páginas de "El Mito de Sísifo", Albert Camus aclara que el libro trata de una sensibilidad absurda, que puede encontrarse dispersa en el siglo, y no de una filosofía absurda que nuestra época no ha conocido.

Estas palabras son aclaratorias y fundamentales para comprender algo en lo que el autor insistirá a lo largo de la obra: “El absurdo no libera, ata. No autoriza todos los actos”. Mientras el espíritu nihilista rechaza la posibilidad misma de los valores, la conciencia absurda nos dice que son una necesidad; si lo queremos, realmente podemos crear un orden ético. Quizá en los valores que más insiste Camus, tras explicar el absurdo y el problema del suicidio, son el de la libertad, la rebeldía y la pasión, valores propios del hombre consciente. Ahí encontramos una sutileza característica de su pensamiento, ya que, al mismo tiempo que afirma la libertad y la rebelión, nos enseña los peligros que hay cuando convertimos cualquiera de ellas  en un valor absoluto.

Antes de proseguir, es pertinente hablar aquí de la importancia de la evidencia para el autor, de la certeza irreductible que se vuelve innegable para un hombre honesto. Camus enfatiza, acercándose a Descartes, la importancia de la evidencia para el espíritu absurdo, el cual  ha abandonado la esperanza y a su principal promotor: la iglesia. No es exagerado  escribir que Camus estaría totalmente de acuerdo con la frase que Cortázar alguna vez escribió  ¿Esperanza? Ni en el absurdo”.
Lo que sí resulta exagerado es decir que al darle tanta importancia, la evidencia se transforma en la iglesia del agnóstico. La evidencia es sólo un punto de partida innegable al que se tiene que atener el espíritu absurdo; espíritu que es, al mismo tiempo y mediante el uso de la razón, consciente de los límites de esa evidencia. ¿Cuál es esa evidencia innegable para Camus? El absurdo.

La aceptación del absurdo y la renuncia a la esperanza lleva, pues, a la conciencia absurda más que a la libertad, y esa conciencia nos lleva a reconocer que no estamos solos. Tan importante es esta premisa que Camus la formula con términos coherentes: “A través del mero juego de la conciencia transformo en regla de vida lo que era invitación a la muerte.  Y rechazo el suicidio“.

Quizá parecerá  que el autor invita a un quietismo dedicado a la contemplación del absurdo. Sería así si el mismo Camus no invitara, como acción, a mantenerse en ese punto tan complicado de la conciencia, evitando dar “saltos”. A partir de eso  se entiende mejor que el absurdo no libera la conciencia  sino que nos ata a ella.

La conciencia en Camus va a ir íntimamente ligada con la rebeldía. En medida que me resisto a “dar el salto” soy libre. Este acto de rebelión evita el quietismo y determina límites morales comunes a la humanidad tan reacia a aceptar esos límites. La evidencia me llevó, incluso contra mi mismo, a sostener esa conciencia absurda. Se trata, en un amplio sentido, de la tensión que da el aceptar voluntariamente la contradicción, la de no ceder ante la desesperación metafísica o ante la afirmación materialista. Si ignoramos esa tensión, que nos da la piedra que estamos condenados a subir una y otra vez, cruzaremos tambaleando la frontera más allá de la cual los opuestos se equilibran mutuamente.


domingo, 18 de enero de 2015

1984, George Orwell.



Ilustrado por: Ramadam Karim
Los mejores libros son los que nos dicen lo que ya sabemos, dice un hombre llamado Winston, en algún momento de 1984. 
En esta novela Orwell no sólo nos dice esas cosas sobre la vida y la política que ya sabemos o que intuimos, no, él nos lleva más allá de ese saber cotidiano, nos lleva a una tensión renovadora, tan necesaria para llegar a lugares más profundos de la conciencia. Modificando un poco las palabras que Winston pronuncia, podríamos decir que los mejores libros son los que nos concientizan de lo que ya sabemos. Y libros como 1984, que despiertan así nuestra conciencia sobre lo que vivimos día a día, hay muy pocos.

Existe en 1984 un partido que vigila y controla todo lo que sucede en la vida no solo de Winston, sino en la de todos los habitantes. Este partido está dirigido por el Gran Hermano que gobierna con una severidad sin grietas, mediante una serie de principios llamados Ingsoc. A lo largo de la novela nos encontramos con un Londres que está en constante guerra, donde prevalece una perpetua borrachera de odio hacia las cosas que contradicen el sistema de verdades impuestas por el Gran Hermano.

Gracias al atisbo de conciencia que se va asomando en Winston y en Julia podemos conocer la forma práctica en que está administrada esa sociedad,  poco a poco van apareciendo esos mecanismos aplastantes que mantienen a la gente miedosa, enojada y fanática. De esos mecanismos sobresale la Neolengua que disminuye el arsenal de palabras para acallar la conciencia mediante un sonido repetido y rítmico, el doblepensar  que es el control sobre la realidad, saber y no saber para evitar así pensar sobre cualquier tema y el pasado mutable el cual hace posible que todo pueda ser verdadero.

Si la obra es tan vigente en nuestros días es porque confirma la crueldad y sadismo que existen y que han existido desde que nacieron las concepciones de política y poder. Con Michael Focault sabemos que el poder es el más inestable de los logros humanos, pero es el logro que con mayor ahínco y fuerza persigue no sólo el ser político, sino una gran parte del género humano. El poder por el poder mismo es el azote que viven países como el nuestro, en donde se vuelve ley aplastar y ser aplastado, cada vez con más crueldad, en donde el poder no solo es un medio, sino es el medio y el fin. Orwell nos trae a la consciencia todas esas intuiciones sobre el poder que ya sabemos pero que no nos detenemos a pensar, nos confirma que en la política lo importante es la mentira siempre adelantada a la verdad y nos hace darnos cuenta que hemos estado adormecidos tal vez demasiado tiempo. Quizá, tristemente para algunos y afortunadamente para otros, la resistencia ya no es suficiente, el mismo autor nos lo dice: Sólo el acto de rebelión les dará la conciencia, he ahí el problema.

domingo, 4 de enero de 2015

Trópico de Capricornio



Ilustrado por: Ruth Nallely Limón
A excepción de “Trópico de Cáncer”, escrita por el mismo Miller, no existe mejor preámbulo para comprender “Trópico de Capricornio” que estar familiarizado con la obra de Dostoievski, en especial con El sepulcro de los vivos (reseña anterior). La Siberia y el realismo fragmentado del autor ruso nos proporcionan un enorme puente de entendimiento hacia el tranvía ovárico y el idealismo fragmentado del autor norteamericano. El propio Miller lo afirma: ¿Debo decir simplemente que Dostoievski fue el primero que me abrió su alma?

Lo que Dostoievski causó en Miller es lo que Miller busca realizar con su prosa en esta autobiografía poética y erotizada que es “Trópico de Capricornio”. El autor   busca abrir y explicar eso que llama el yo autentico, nos quiere mostrar ese despertar espiritual al que llegó mediante la exaltación de la soledad y de la individualidad. “Sólo existe una gran aventura y es hacia adentro, hacia uno mismo”.

Más que un existencialismo que afirma lo diferente e ilimitado que es el ser, a lo largo de la obra se percibe un nihilismo que resalta lo indiferente que le es la realidad externa al protagonista. Las palabras, el trabajo, el sexo, el espacio, los amigos, el tiempo son sólo engranajes decadentes pero efectivos de  la máquina automática que es la sociedad estadounidense, máquina que lleva la muerte como motor y que solo sirve para esconder el caos. Harto y miedoso ante esa realidad aplastante, el protagonista decide escribir para expulsar el veneno que ha acumulado debido a su estilo de vida falso y a la perdida de la mujer que tanto creyó amar. Y para hacerlo se acerca, sin saberlo, al manifiesto dadaísta que rechaza la acción y favorece la contradicción continua y la afirmación. 

Miller intenta guardar esa línea, la de ser diferente, al tratar de conservar esa vitalidad en su alma, en su yo interno. “Ningún dínamo de cien millones de almas muertas puede combatir a un hombre que dice sí”. Esa dínamo de almas muertas es América con su ritmo de vida demencial, América es esa realidad que el protagonista no puede soportar y la realidad es esa mujer de la que Miller escapa luego de no poder decirle nada. Miller le teme a la realidad tanto como el hombre le teme a la naturaleza, por eso trata de dominarla, y al no conseguirlo no le queda otra que decirle sí a un individualismo espiritual. Individualismo que nos recuerda más a Scheler que a Nitzche: “El hombre es el único animal que le puede decir no a la realidad”.