domingo, 4 de enero de 2015

Trópico de Capricornio



Ilustrado por: Ruth Nallely Limón
A excepción de “Trópico de Cáncer”, escrita por el mismo Miller, no existe mejor preámbulo para comprender “Trópico de Capricornio” que estar familiarizado con la obra de Dostoievski, en especial con El sepulcro de los vivos (reseña anterior). La Siberia y el realismo fragmentado del autor ruso nos proporcionan un enorme puente de entendimiento hacia el tranvía ovárico y el idealismo fragmentado del autor norteamericano. El propio Miller lo afirma: ¿Debo decir simplemente que Dostoievski fue el primero que me abrió su alma?

Lo que Dostoievski causó en Miller es lo que Miller busca realizar con su prosa en esta autobiografía poética y erotizada que es “Trópico de Capricornio”. El autor   busca abrir y explicar eso que llama el yo autentico, nos quiere mostrar ese despertar espiritual al que llegó mediante la exaltación de la soledad y de la individualidad. “Sólo existe una gran aventura y es hacia adentro, hacia uno mismo”.

Más que un existencialismo que afirma lo diferente e ilimitado que es el ser, a lo largo de la obra se percibe un nihilismo que resalta lo indiferente que le es la realidad externa al protagonista. Las palabras, el trabajo, el sexo, el espacio, los amigos, el tiempo son sólo engranajes decadentes pero efectivos de  la máquina automática que es la sociedad estadounidense, máquina que lleva la muerte como motor y que solo sirve para esconder el caos. Harto y miedoso ante esa realidad aplastante, el protagonista decide escribir para expulsar el veneno que ha acumulado debido a su estilo de vida falso y a la perdida de la mujer que tanto creyó amar. Y para hacerlo se acerca, sin saberlo, al manifiesto dadaísta que rechaza la acción y favorece la contradicción continua y la afirmación. 

Miller intenta guardar esa línea, la de ser diferente, al tratar de conservar esa vitalidad en su alma, en su yo interno. “Ningún dínamo de cien millones de almas muertas puede combatir a un hombre que dice sí”. Esa dínamo de almas muertas es América con su ritmo de vida demencial, América es esa realidad que el protagonista no puede soportar y la realidad es esa mujer de la que Miller escapa luego de no poder decirle nada. Miller le teme a la realidad tanto como el hombre le teme a la naturaleza, por eso trata de dominarla, y al no conseguirlo no le queda otra que decirle sí a un individualismo espiritual. Individualismo que nos recuerda más a Scheler que a Nitzche: “El hombre es el único animal que le puede decir no a la realidad”.

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