Ilustrado por: Ruth Nallely Limón |
Lo que Dostoievski causó en
Miller es lo que Miller busca realizar con su prosa en esta autobiografía
poética y erotizada que es “Trópico de Capricornio”. El autor busca abrir y explicar eso que llama el yo
autentico, nos quiere mostrar ese despertar espiritual al que llegó mediante la
exaltación de la soledad y de la individualidad. “Sólo existe una gran aventura
y es hacia adentro, hacia uno mismo”.
Más que un existencialismo que
afirma lo diferente e ilimitado que es el ser, a lo largo de la obra se percibe
un nihilismo que resalta lo indiferente que le es la realidad externa al
protagonista. Las palabras, el trabajo, el sexo, el espacio, los amigos, el
tiempo son sólo engranajes decadentes pero efectivos de la máquina automática que es la sociedad
estadounidense, máquina que lleva la muerte como motor y que solo sirve para
esconder el caos. Harto y miedoso ante esa realidad aplastante, el protagonista
decide escribir para expulsar el veneno que ha acumulado debido a su estilo de
vida falso y a la perdida de la mujer que tanto creyó amar. Y para hacerlo se
acerca, sin saberlo, al manifiesto dadaísta que rechaza la acción y favorece la
contradicción continua y la afirmación.
Miller intenta guardar esa
línea, la de ser diferente, al tratar de conservar esa vitalidad en su alma, en
su yo interno. “Ningún dínamo de cien millones de almas muertas puede combatir
a un hombre que dice sí”. Esa dínamo de almas muertas es América con su ritmo
de vida demencial, América es esa realidad que el protagonista no puede soportar
y la realidad es esa mujer de la que Miller escapa luego de no poder decirle
nada. Miller le teme a la realidad tanto como el hombre le teme a la naturaleza,
por eso trata de dominarla, y al no conseguirlo no le queda otra que decirle sí
a un individualismo espiritual. Individualismo que nos recuerda más a Scheler
que a Nitzche: “El hombre es el único animal que le puede decir no a la
realidad”.
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