En las primeras páginas de "El Mito de Sísifo", Albert Camus aclara que el libro trata de una
sensibilidad absurda, que puede encontrarse dispersa en el siglo, y no de una
filosofía absurda que nuestra época no ha conocido.
Estas palabras son aclaratorias y fundamentales para comprender
algo en lo que el autor insistirá a lo largo de la obra: “El absurdo no libera, ata. No autoriza todos los actos”. Mientras
el espíritu nihilista rechaza la posibilidad misma de los valores, la conciencia absurda nos dice que son una necesidad; si lo queremos, realmente
podemos crear un orden ético. Quizá en los valores que más insiste Camus, tras
explicar el absurdo y el problema del suicidio, son el de la libertad, la
rebeldía y la pasión, valores propios del hombre consciente. Ahí encontramos una
sutileza característica de su pensamiento, ya que, al mismo tiempo que afirma
la libertad y la rebelión, nos enseña los peligros que hay cuando convertimos cualquiera
de ellas en un valor absoluto.
Antes de proseguir, es pertinente hablar aquí de la importancia de
la evidencia para el autor, de la certeza irreductible que se vuelve innegable
para un hombre honesto. Camus enfatiza, acercándose a Descartes, la importancia
de la evidencia para el espíritu absurdo, el cual ha abandonado la esperanza y a su principal
promotor: la iglesia. No es exagerado
escribir que Camus estaría totalmente de acuerdo con la frase que
Cortázar alguna vez escribió “¿Esperanza? Ni en el absurdo”.
Lo que sí resulta exagerado es decir que al darle tanta
importancia, la evidencia se transforma en la iglesia del agnóstico. La
evidencia es sólo un punto de partida innegable al que se tiene que atener el
espíritu absurdo; espíritu que es, al mismo tiempo y mediante el uso de la
razón, consciente de los límites de esa evidencia. ¿Cuál es esa
evidencia innegable para Camus? El absurdo.
La aceptación del absurdo y la renuncia a la esperanza lleva,
pues, a la conciencia absurda más que a la libertad, y esa conciencia nos lleva a
reconocer que no estamos solos. Tan importante es esta premisa que Camus la formula
con términos coherentes: “A través del mero juego
de la conciencia transformo en regla de vida lo que era invitación a la
muerte. Y rechazo el suicidio“.
Quizá parecerá que el
autor invita a un quietismo dedicado a la contemplación del absurdo. Sería así
si el mismo Camus no invitara, como acción, a mantenerse en ese punto tan
complicado de la conciencia, evitando dar “saltos”. A partir de eso se entiende mejor que
el absurdo no libera la conciencia sino
que nos ata a ella.
La conciencia en Camus va a ir íntimamente ligada con la rebeldía. En medida que me resisto a “dar el salto” soy libre. Este acto de rebelión evita el quietismo y determina límites morales comunes a la humanidad tan reacia a aceptar esos límites. La evidencia me llevó, incluso contra mi mismo, a sostener esa conciencia absurda. Se trata, en un amplio sentido, de la tensión que da el aceptar voluntariamente la contradicción, la de no ceder ante la desesperación metafísica o ante la afirmación materialista. Si ignoramos esa tensión, que nos da la piedra que estamos condenados a subir una y otra vez, cruzaremos tambaleando la frontera más allá de la cual los opuestos se equilibran mutuamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario