Somos hechos de la misma tela que nuestros sueños.
SHAKEASPEARE
Los sueños han fascinado y
atormentado a la raza humana desde los albores de nuestros tiempos, en especial
a aquellas personas que no aceptaron, y no aceptan, las explicaciones univocas
y reduccionistas de la vida humana. ¿Son los sueños mensajes de una verdad más
elevada transmitida, a través de la puerta de cuerno (asta), por los dioses y espíritus, o son un simple accidente de la
mente provocado por las reminiscencias de la vida cotidiana, o por una mala
digestión?
Es en esta contradicción que el
“Libro de sueños” de Jorge Luis Borges toma fuerza y sentido. Borges sugiere
que los sueños conforman el más antiguo género literario ya que los primeros escritos
acerca de los sueños son contemporáneos a los inicios que conocemos de la
escritura: las tablas de arcilla sirias y los escritos babilónicos acerca de la
interpretación de los sueños, de hace más de 4,000 años (no es un hecho aislado
que el libro comience con la historia de Gilgamesh). En su antología, que al principio se muestra como una inconexa
recopilación de fragmentos, vamos recorriendo de manera histórica, y un tanto
poética, los matices que se encuentran en esa antigua y aun misteriosa actividad
humana: el soñar.
Nos encontramos ante una especie
de historia de los sueños que tiende más hacia la lógica psicológica que a la
lógica esencial. La lógica psicológica es la que nos permitiría postular que el
hombre se interesó primero por los sueños, los efectos, que por el dormir, la causa.
Vemos como al principio los sueños eran divinizados en su mayoría y
eternizados por las filosofías orientales; después, en la edad media, se percibirían
como una emanación de nuestros demonios interiores (San Agustín, después de su
conversión, rechazaba los sueños y Santo Tomás hizo un anatema sobre ellos). A
partir del renacimiento se comenzó a concebir a los sueños como manifestaciones
de nuestro yo, dando inicio a las postulaciones psicológicas, tan presentes en
el libro, que verían en ellos las proyecciones de nuestro inconsciente o la
existencia de trastornos nocturnos que simplemente impiden alcanzar el grado
mínimo de reposo. También en el libro se
ven reflejadas las actitudes modernas, racionales y materialistas del
anti-sueño, las que los consideran como
absurdos en los que no vale la pena fijar la atención, las de la lógica llevada al límite y encerrada en sí
misma como el cartesianismo endémico por ejemplo (curiosamente se dice que
Descartes concibió su “Discurso del método” con un sueño).
Borges refleja cabalmente lo que
ni en sueños ni en la vigilia hemos podido alcanzar: la explicación absoluta de
nuestros orígenes y el porqué de nuestro ser o de nuestro existir. Desde los
mitos y relatos que se valen de lo onírico, pasando por los sueños alentados
por Dios de los antiguos profetas y las concepciones griegas y romanas de que
son la prueba de la existencia del alma, hasta las interrogantes kafkianas
sobre la realidad de la vigilia y las revoluciones psicológicas, encontramos en
libro de sueños los gérmenes de las explicaciones sobre la naturaleza de la
vida que hoy en día fluyen en la vida cotidiana, aun sin respuesta final.
Las respuestas que ensayamos nos
llevan otra vez a la pregunta inicial, como escribió Bertrand Rusell: ¿Qué son, pues (los
sueños)? Espejismo efímero de la noche o espejo mágico en el que percibimos
nuestro Yo autentico, el de nuestra verdadera
vida. Esa paradoja, siempre dispuesta a contradecirnos, nos regresa otra
vez al inicio del problema cada vez que afirmamos algo sobre el sueño o la
vigilia, aun cuando conciliemos y digamos, por ejemplo, que no todo en los
sueños es mentira y no todo en la vigilia es verdad.
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