domingo, 22 de abril de 2018

Libro de sueños, Jorge Luis Borges.


Somos hechos de la misma tela que nuestros sueños.
SHAKEASPEARE


Los sueños han fascinado y atormentado a la raza humana desde los albores de nuestros tiempos, en especial a aquellas personas que no aceptaron, y no aceptan, las explicaciones univocas y reduccionistas de la vida humana. ¿Son los sueños mensajes de una verdad más elevada transmitida, a través de la puerta de cuerno (asta), por los dioses y espíritus, o son un simple accidente de la mente provocado por las reminiscencias de la vida cotidiana, o por una mala digestión? 
 
Es en esta contradicción que el “Libro de sueños” de Jorge Luis Borges toma fuerza y sentido. Borges sugiere que los sueños conforman el más antiguo género literario ya que los primeros escritos acerca de los sueños son contemporáneos a los inicios que conocemos de la escritura: las tablas de arcilla sirias y los escritos babilónicos acerca de la interpretación de los sueños, de hace más de 4,000 años (no es un hecho aislado que el libro comience con la historia de Gilgamesh).  En su antología, que  al principio se muestra como una inconexa recopilación de fragmentos, vamos recorriendo de manera histórica, y un tanto poética, los matices que se encuentran en esa antigua y aun misteriosa actividad humana: el soñar.

Nos encontramos ante una especie de historia de los sueños que tiende más hacia la lógica psicológica que a la lógica esencial. La lógica psicológica es la que nos permitiría postular que el hombre se interesó primero por los sueños, los efectos, que por el dormir,  la causa.  Vemos como al principio los sueños eran divinizados en su mayoría y eternizados por las filosofías orientales; después, en la edad media, se percibirían como una emanación de nuestros demonios interiores (San Agustín, después de su conversión, rechazaba los sueños y Santo Tomás hizo un anatema sobre ellos). A partir del renacimiento se comenzó a concebir a los sueños como manifestaciones de nuestro yo, dando inicio a las postulaciones psicológicas, tan presentes en el libro, que verían en ellos las proyecciones de nuestro inconsciente o la existencia de trastornos nocturnos que simplemente impiden alcanzar el grado mínimo de reposo.  También en el libro se ven reflejadas las actitudes modernas, racionales y materialistas del anti-sueño, las que los consideran  como absurdos en los que no vale la pena fijar la atención, las de  la lógica llevada al límite y encerrada en sí misma como el cartesianismo endémico por ejemplo (curiosamente se dice que Descartes concibió su “Discurso del método” con un sueño).    

Borges refleja cabalmente lo que ni en sueños ni en la vigilia hemos podido alcanzar: la explicación absoluta de nuestros orígenes y el porqué de nuestro ser o de nuestro existir. Desde los mitos y relatos que se valen de lo onírico, pasando por los sueños alentados por Dios de los antiguos profetas y las concepciones griegas y romanas de que son la prueba de la existencia del alma, hasta las interrogantes kafkianas sobre la realidad de la vigilia y las revoluciones psicológicas, encontramos en libro de sueños los gérmenes de las explicaciones sobre la naturaleza de la vida que hoy en día fluyen en la vida cotidiana, aun sin respuesta final.

Las respuestas que ensayamos nos llevan otra vez a la pregunta inicial, como  escribió Bertrand Rusell: ¿Qué son, pues (los sueños)? Espejismo efímero de la noche o espejo mágico en el que percibimos nuestro Yo autentico, el de nuestra verdadera vida. Esa paradoja, siempre dispuesta a contradecirnos, nos regresa otra vez al inicio del problema cada vez que afirmamos algo sobre el sueño o la vigilia, aun cuando conciliemos y digamos, por ejemplo, que no todo en los sueños es mentira y no todo en la vigilia es verdad.          

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